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octubre 10, 2020 9 min

Un premio a 60 años alimentando el capital humano del planeta

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas se lleva el Nobel de la Paz 2020

Un premio a 60 años alimentando el capital humano del planeta

Santiago García

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Wow. Wow. Wow. Wow. I can’t believe it”. 

Es lo que dice David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA, o en sus siglas en inglés WFP), en el vídeo que le grabaron justo cuando le comunicaron la concesión del premio, y que se ha vuelto viral en las redes sociales.

En su resolución de fecha 9 de octubre, el comité noruego de los Nobel explica que la decisión de otorgar el Nobel de la Paz de este año a esta institución es un reconocimiento a “sus esfuerzos para combatir el hambre, a su contribución para mejorar las condiciones para la paz en áreas afectadas por conflictos, y a sus esfuerzos para prevenir el uso del hambre como un arma en guerras y conflictos.”

Fundado en 1961 y con sede en Roma, el Programa Mundial de Alimentos es la mayor organización humanitaria del mundo dedicada a combatir el hambre y a incrementar la seguridad alimentaria en países que sufren situaciones difíciles en este ámbito. Además de prestar ayuda de emergencia, principalmente en zonas de conflicto, el PMA presta asistencia para hacer los sistemas alimentarios de los países menos favorecidos más resistentes frente al cambio climático, la inestabilidad política y otras crisis, como la pandemia de coronavirus que vivimos en este momento. Una crisis que, como ya advertía Beasley esta pasada primavera, coincidiendo con la publicación del informe mundial sobre crisis alimentarias 2020, puede hacer que se doble el número de personas que a nivel mundial se enfrentan a situaciones de inseguridad alimentaria, de forma que unos 265 millones de personas podrían estar al borde de la inanición a fines de este año.

“El mundo corre el peligro de sufrir una crisis de hambre de proporciones inconcebibles si el Programa Mundial de Alimentos y otras organizaciones de asistencia alimentaria no reciben el apoyo financiero que solicitan”, denuncia el comité noruego de los Nobel en el comunicado con que han anunciado la concesión del premio.

Una encomiable misión que nos alegra haya sido reconocida con el Nobel de la Paz de este año. Y esto por un doble motivo. Por un lado, porque, tal como argumenta el comunicado de la organización de los Nobel, aumentar la seguridad alimentaria “no solo previene el hambre, sino que también puede ayudar a mejorar las perspectivas de estabilidad y paz”. Por otro, porque la lucha contra el hambre guarda una estrecha relación (mucho más estrecha de lo que puede parecer a primera vista) con nuestro tema: el futuro del trabajo.

Es un hecho. Las tendencias demográficas hacen que la fuerza laboral del planeta esté formada, en una proporción cada vez mayor, por personas nacidas en países en desarrollo. El problema es que muchos de estos países sufren situaciones de inseguridad alimentaria que afectan a la salud de sus habitantes, su desarrollo intelectual y, en consecuencia, limitan su potencial laboral a medio y largo plazo.

Aunque para abordar este reto, los ciudadanos de los países desarrollados primero necesitamos superar nuestra tendencia a mirar solo a corto plazo, a encerrarnos en los, aparentemente seguros, límites de nuestros pequeños pueblos, regiones, países (o incluso continentes), y a ignorar que el planeta en el que vivimos es un ecosistema complejo y altamente dinámico en el que todo, absolutamente todo, está interconectado.

Entender, por ejemplo, que si la salud y el aprendizaje de los niños de esos países no son los óptimos, ya sea por una alimentación deficiente o por otros motivos, la productividad potencial de esas personas al llegar a la edad laboral probablemente será inferior a la que podría haber sido en un escenario de educación completa y salud plena. Pero, sobre todo, entender que en ese momento ese problema ya no será un problema solo del país donde han nacido esas personas, sino también del nuestro…

Hablamos de un desafío de dimensión planetaria sobre el que el Banco Mundial lleva varios años tratando de crear conciencia a través de su Índice de Capital Humano (HCI), una métrica internacional que compara los componentes clave del capital humano de los países del mundo y calcula el potencial productivo que una niña o un niño nacidos hoy pueden esperar alcanzar cuando cumplan 18 años, comparado con el que podrían alcanzar en un escenario óptimo de educación completa y salud plena. 

Desde la perspectiva de esta métrica, el capital humano consiste en el conocimiento, las habilidades y la salud que las personas acumulan a lo largo de su vida y que les permite realizar su potencial como miembros productivos de la sociedad. Más capital humano se asocia con mayores ingresos para las personas, crecimiento económico para los países y una mayor cohesión en las sociedades. Es, además, un motor del crecimiento sostenible y la reducción de la pobreza, al tiempo que fortalece la confianza de las personas en las instituciones.

El Banco Mundial lanzó esta métrica en 2018 como parte del Proyecto de Capital Humano (HCP), un esfuerzo global para acelerar el progreso hacia un mundo donde todos los niños puedan alcanzar su máximo potencial. Y aunque en la última década muchos países han logrado importantes avances en la mejora de su capital humano, la última edición de este índice deja en evidencia el camino que todavía queda por recorrer en muchos países que luchan contra la fragilidad y el conflicto, el territorio natural de actuación del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Unos desafíos a los que ahora se suma la pandemia de COVID-19, que amenaza con revertir muchos de esos logros conseguidos durante la última década.  

Los datos recopilados por el Banco Mundial revelan como los conflictos armados, las hambrunas y otros desastres naturales (como ahora la pandemia) tienen efectos negativos en el capital humano de los países que pueden persistir durante décadas, e incluso a través de generaciones. También muestran como la única forma que tienen estos países de escapar de manera duradera a los ciclos de fragilidad y subdesarrollo a los que les condenan esas situaciones de crisis es preservando y reconstruyendo su capital humano.

Se necesita, por tanto, una acción urgente para proteger los avances logrados con tanto esfuerzo en capital humano, particularmente en los países más pobres y vulnerables. De ahí nuestra alegría por la concesión del Nobel de la Paz al Programa Mundial de Alimentos. Un reconocimiento, entre otros méritos, a casi 60 años ayudando a alimentar el capital humano presente y futuro del planeta.

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