
11 de Junio de 2025
Explora Artículos Trabajo infantil: un fallo en el futuro del trabajo
junio 11, 2025 9 min
a pesar de que la meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas puso por objetivo “Eliminar el trabajo infantil en todas sus formas en 2025”, el progreso ha sido menos del previsto, y lamentablemente, ya tenemos la certeza de que no lo hemos conseguido.
Este mes se celebra el Día Internacional contra el Trabajo Infantil. En un momento en que las conversaciones sobre el futuro del trabajo giran alrededor del teletrabajo o el impacto de la inteligencia artificial, este recordatorio suena como un fallo en la simulación de Matrix. Como si algo no encajara.
‘Trabajo infantil’ nos suena a niños ennegrecidos por el hollín en el escenario de las fábricas anteriores Revoluciones Industriales. Algo que debería estar ya más que superado.
Aunque en las últimas décadas las cifras han mejorado sensiblemente, y a pesar de que la meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas puso por objetivo “Eliminar el trabajo infantil en todas sus formas en 2025”, el progreso ha sido menos del previsto, y lamentablemente, ya tenemos la certeza de que no lo hemos conseguido.
En el último informe de la Organización Internacional del Trabajo se estima que hoy en día hay unos 138 millones de niños trabajando en todo el mundo, muchos de ellos apartados de la educación y atrapados en dinámicas que comprometen su desarrollo. De ellos, unos 54 millones realizan los trabajos considerados más peligrosos, que ponen en riesgo su salud y seguridad más básicas.
Aunque lo más doloroso sean las situaciones extremas —como la participación en conflictos armados, la explotación sexual, o trabajos más penosos como la minería—, la mayoría de los casos se concentran en la agricultura, especialmente en países en desarrollo. Niños y niñas que trabajan en el campo, sobre todo dentro del entorno familiar. En contextos marcados por la pobreza y la falta de alternativas, recurrir a los menores como mano de obra sigue siendo, tristemente, parte de la estrategia de supervivencia.
Es fácil pensar que todo esto ocurre lejos. En otros países, en otras realidades.
Pero el fallo en la simulación de Matrix no termina ahí. También en las economías desarrolladas existen formas de trabajo infantil que, aunque más difusas, siguen presentes. Menores que participan en negocios familiares sin regulación, que generan ingresos en plataformas digitales, como los niños influencers, cuya actividad empieza a regularse en países como Francia o España. No llevan casco de minero ni empuñan un arma, pero siguen siendo niños.
En Estados Unidos, por ejemplo, las infracciones a las leyes de protección laboral infantil han aumentado un 31 % en los últimos cinco años. El caso más mediático fue el de una empresa que empleaba a más de cien menores —algunos de apenas 13 años— en turnos nocturnos en mataderos, manipulando herramientas peligrosas y productos químicos. Hoy, la escasez de mano de obra provocada en parte por las restricciones migratorias asociadas al segundo mandato de Trump ha reabierto un debate que parecía superado, con propuestas como la registrada recientemente en el estado de Florida para flexibilizar los límites legales al trabajo de los menores.
Además, en este mundo interconectado, las tendencias que asociamos al futuro del trabajo en el llamado “primer mundo” también alimentan la problemática global. La globalización de las últimas décadas ha generado trabajo infantil en otras zonas del mundo, como los casos detectados en algunas fábricas textiles que fabrican la ropa que nos ponemos. La creciente demanda de dispositivos tecnológicos —ordenadores, móviles, servidores— genera el caldo de cultivo perfecto para que niños sean forzados a trabajar en las minas de coltán del Congo, extrayendo los minerales que dan vida a nuestros aparatos. O a emplearse en el otro extremo del ciclo: en el reciclaje de desechos electrónicos, el denominado e-waste, donde manipulan residuos tóxicos sin protección.
La transformación que vivimos hoy, impulsada por la automatización y la inteligencia artificial, también corre el riesgo de quedar, como en el siglo XIX, empañada por el trabajo de los más vulnerables. Ya se han denunciado casos de niños que, desde países en desarrollo, participan en el entrenamiento de sofisticados modelos de IA que luego usamos aquí. Pero el impacto más profundo quizá no esté ahí, sino en un efecto más silencioso: la próxima ola de automatización podría eliminar muchas de las tareas que hoy se externalizan a otros países en busca de mano de obra barata. Y cuando desaparece el trabajo de los adultos, la economía familiar se resiente. Y los niños, una vez más, se convierten en el último recurso.
Como el aleteo de la mariposa que provoca una tormenta, lo que aquí entendemos como progreso, en otras partes del mundo puede implicar trabajo infantil.
Además de por una cuestión elemental de justicia social, la erradicación del trabajo infantil debería ser una prioridad estratégica. Las tendencias demográficas nos dibujan un futuro donde la mayoría de la población mundial vivirá precisamente en los países donde hoy se concentra este problema. Y si esos niños trabajan en lugar de estudiar, el capital humano global que necesitaremos para afrontar los grandes desafíos del futuro —tecnológicos, sociales, climáticos— estará peligrosamente limitado desde el origen.
Por eso es urgente tomar conciencia de esta lacra. Y, como ocurre con otros problemas que no entienden de fronteras —el cambio climático es quizás el más evidente—, abordar el trabajo infantil requiere un enfoque coordinado, multidisciplinar y sostenido en el tiempo.
Sin embargo, el contexto no ayuda. El aumento de los conflictos armados, la fragmentación geopolítica o la reducción de fondos en políticas de cooperación —como los recortes recientes en la agencia estadounidense USAID, que ya afectan a sus programas contra el trabajo infantil— nos recuerdan que no estamos avanzando en la dirección adecuada.
La historia del trabajo infantil ya ha tenido capítulos oscuros. Pero también ha conocido avances reales cuando ha habido voluntad. Quizá ahora estemos ante un nuevo punto de inflexión. Uno en el que el futuro del trabajo no se mida solo por su eficiencia o su nivel de automatización, sino también por su capacidad de incluir, proteger y cuidar a los más vulnerables.
Como recuerda el nombre de nuestro proyecto, no se trata solamente de describir el futuro del trabajo, sino de construir un futuro del trabajo que merezca ese nombre.
Imagen generada con Inteligencia Artificial (ChatGPT)
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