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septiembre 14, 2022 9 min

Demasiado calor para trabajar

A medida que el cambio climático hace más frecuentes las olas de calor, el trabajo deberá adaptarse a ello.

Jordi Serrano

Un contenido de Jordi Serrano

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“Si me ves, llora” decía la advertencia que alguien escribió en una piedra en 1616 y que ha reaparecido este verano en los márgenes de un río checo al reducirse al mínimo su caudal por la actual sequía que azota Europa. Así intentaban advertirnos a nosotros, los habitantes de su futuro, aquellas personas del medievo, cuya vida estaba mucho más ligada que la nuestra a los ciclos naturales, de las calamidades que puede traer consigo un clima desfavorable.

Cuatrocientos años después, en nuestro mundo urbanita y digitalizado, los recientes fallecimientos de tres trabajadores en Madrid debidos a las altas temperaturas que han azotado Europa este verano actúan como esa piedra, y nos recuerdan que no todo el mundo trabaja en el ‘metaverso’. Muchas personas hacen sus tareas día a día expuestas a los rigores de un clima que está empeorando. Y cada vez con más frecuencia, empresas y trabajadores se enfrentan a una realidad para la que muchos no están preparados: hace demasiado calor para trabajar.

Olas de calor cada vez más frecuentes

Este mes de julio, mientras se superaban por primera vez desde que tenemos registros los 40 grados de temperatura en el Reino Unido, el secretario general de la Organización Mundial de Meteorología nos advertía que las olas de calor van a ser parte de ‘la nueva normalidad’ derivada del calentamiento global del planeta.

Los últimos datos publicados por el IPCC muestran que el año pasado superamos ya los 1,1 grados de calentamiento global, acercándonos peligrosamente al grado y medio que se considera un punto de inflexión para contener los peores impactos del cambio climático. La receta para permanecer por debajo de este peligroso hito es reducir a la mitad las emisiones de gases invernadero alrededor del año 2030, una fecha que no parece ya tan lejos. Pero, por el contrario, estas emisiones han continuado creciendo y, de hecho, acaban de marcar un récord tras la breve pausa (obligada) de la pandemia. 

En resumen, todos los indicadores climáticos están en rojo. Estamos jugando, literalmente, con fuego.

En áreas como nuestro Mediterráneo, la previsión es especialmente complicada, ya que se espera que las altas temperaturas se combinen con sequías, incendios y otras calamidades. Para ayudar a hacernos a la idea de lo que nos estamos jugando, en un estudio publicado en 2019 se advertía que, siguiendo con la tendencia actual, el clima de Madrid será en 2050 parecido al actual de Marrakech y que para seguir disfrutando del actual clima de Barcelona será mejor trasladarse a Londres.

Los límites del cuerpo humano

Ante un exceso de calor, el cuerpo trata de rebajar la temperatura con un mayor esfuerzo del corazón, así como generando sudor que, al evaporarse, se lleva consigo parte del calor del cuerpo.

Por ello, el máximo calor que podemos aguantar depende también de la humedad en el aire, que determina la cantidad de este que podrá evaporarse. Cuanto mayor es la humedad, menor temperatura podemos soportar. 

Un reciente estudio con personas voluntarias sitúa el límite saludable por debajo del que se creía anteriormente: alrededor de los 31º al 100% de humedad, o cerca de los 38º a un más habitual 60%. A partir de este punto, si el sobrecalentamiento dura demasiado, se pone en riesgo la salud.

A medida que los días a los que estamos expuestos durante el año a estas condiciones de calor extremo aumentan debido al calentamiento global, los riesgos también crecen. Las cifras muestran que, en los últimos años, los fallecimientos a causa del calor están creciendo y los datos preliminares de la ola de calor de este verano arrojan ya estimaciones de que en los países europeos se han producido miles de muertes “en exceso” de las que serían esperables.

Calor y trabajo

Los más vulnerables a sufrir los efectos del calor incluyen por supuesto a las personas especialmente sensibles a él, como los ancianos, los niños de corta edad, o a las que tienen otros problemas de salud…, pero también a las que, por desempeñar su trabajo en el exterior o requerir este de un mayor esfuerzo físico, se ven expuestas a este riesgo con más frecuencia. Esto incluye multitud de profesiones: agricultura, construcción, transportes, limpieza en exteriores, policías, instaladores de telecomunicaciones, trabajadores manuales en fábricas… etc.

Un exceso de calor afecta a las capacidades físicas y cognitivas de las personas que han de trabajar en esas condiciones, afectando por tanto no solamente a su salud, sino también a su productividad. Esta se ve afectada ya sea directamente por las horas perdidas cuando hace demasiado calor para trabajar, como por el aumento de las ineficiencias y los accidentes laborales que genera el exceso de calor.

Poco a poco, empiezan a acumularse los estudios que analizan esta relación entre el calor y el trabajo y que tratan de cuantificar su impacto.

Por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo ya advertía en un informe de 2019, sobre los efectos de trabajar en un mundo más caliente, como los evidentes riesgos para la salud de los trabajadores y el descenso de la productividad a medida que la temperatura aumenta. Pronosticaba una pérdida del 2,2% de las horas trabajadas (unos 80 millones de puestos de trabajo a tiempo completo) y un impacto de 2.400 millones de dólares para 2030… y eso asumiendo que logramos cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.

Otro informe más reciente advertía que en Estados Unidos a mitad de siglo se multiplicarán por tres o cuatro los días de exposición de las personas que trabajan en el exterior a temperaturas demasiado elevadas para poder desarrollar su actividad laboral, lo que afectaría directamente a los ingresos de más de 7 millones de trabajadores.

Y otra investigación, que analiza el impacto de las olas de calor en Europa, cuantifica en cerca del 1% del producto interior bruto las pérdidas previstas para las próximas décadas en la región por este motivo.

Ante estos datos, y la prácticamente certeza de que vamos a tener que convivir con ello, empiezan a proponerse estrategias para adaptarnos.

La medida más inmediata es reconfigurar los horarios de trabajo para evitar las horas de máxima insolación. Es, por ejemplo, lo que se ha decidido ya en Madrid tras los fallecimientos sucedidos este verano. Un estudio cuantifica en un 30% las pérdidas económicas que podrían evitarse así, aunque advierte que este ahorro se reduce a medida que continúa aumentando la temperatura, ya que el exceso de calor se va extendiendo a más horas del día.

En esta línea, algunas voces en los países nórdicos empiezan a plantear importar nuestros denostados horarios hispánicos, con pausas más largas para comer e incluso dejar tiempo para la popular ‘siesta’ en las horas centrales del día, donde el calor es máximo. Tras tantos años intentando acercarnos nosotros a sus horarios, a priori más razonables, sería un “giro de guión” interesante.

Mientras tanto, en Estados Unidos el departamento del gobierno que cuida de la salud en el trabajo (OSHA) ha puesto en marcha recientemente una iniciativa que combina inspecciones específicas de las condiciones climáticas en los puestos de trabajo con campañas informativas para trabajadores y empresas. Entre otros instrumentos, proporciona una ‘app’, que recomienda descargar a los trabajadores, que les permite conocer desde su teléfono móvil cuando hace demasiado calor para trabajar según el tipo de actividad.

Por nuestra parte, aquí en España, el Real Decreto 486 de 1997 limita a un máximo de 27 grados la temperatura en las oficinas donde se realicen trabajos sedentarios y a 25 en los locales en que se desempeñen ‘trabajos ligeros’. Para el trabajo al aire libre, no se indica una temperatura concreta, y simplemente se dice que “…deberán tomarse medidas para que los trabajadores puedan protegerse, en la medida de lo posible, de las inclemencias del tiempo” (sic).

Está claro que todavía nos queda camino para adaptar la organización del trabajo y la legislación a esta nueva realidad en la que los episodios de calor extremo van a ser más habituales.

Además, tenemos que ver también cómo va a afectar la crisis energética y la posible recesión este otoño, ya que pueden darse situaciones paradójicas al intentar ahorrar energía en un entorno que previsiblemente requerirá más consumo de ella para conseguir mantener la temperatura en los lugares de trabajo en un rango razonable.

Como ejemplo de esto último, los 27 grados indicados como temperatura máxima para los trabajos sedentarios que marca la legislación en España, coinciden exactamente con el umbral mínimo de refrigeración que determina el reciente decreto publicado este Agosto y que tiene por objetivo el ahorro energético, con lo que esta nueva norma obliga a las empresas a situarse sin márgenes en el límite de la legislación laboral e incluso podrían llegar a sobrepasarlo si se realizan trabajos que requieran de algo de actividad física.

Por último, otra característica preocupante que muestran muchas de las investigaciones sobre este tema es que, como suele ocurrir con estas cosas, los más afectados por el calor son precisamente los habitantes de países en desarrollo, o las personas de grupos étnicos y sociales que ya sufren problemas adicionales de otros tipos y que son quienes desempeñan muchos de esos trabajos expuestos en el exterior en las economías desarrolladas. 

Por estos motivos, adaptar el trabajo a este nuevo escenario climático es necesario para proteger la salud, la economía y la desigualdad social. 

Y cuanto antes empecemos con ello, mejor.

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